Marcelo Díaz




Pedro Caballero fue muchas cosas en su vida, pero ante todo fue ferroviario. El ferrocarril era el centro gravitatorio de su identidad, ahí estaba el motor de la pasión que lo movía. Vivía en una casa de las colonias ferroviarias, vivía entre Ferrowhite, la Estación Sud y los talleres Maldonado, llevando y trayendo objetos y herramientas.
Pedro era excéntrico y extravagante. No era un militante de la excentricidad y la extravagancia, simplemente vivía su vida como quería vivirla. Esos dos adjetivos, claro, hablan menos de Pedro que de nuestra incapacidad para nombrar lo que escapa a lo esperable y a lo que debe ser. Y qué cosa terrible, qué árido e inhabitable sería un mundo en el que todo respondiera dócilmente a lo que se espera y a lo que debe ser.
Lo primero que recuerdo de Pedro, allá por 2006, en Ferrowhite, fue el relato de un andén lleno de ferroviarios, lleno de bullicio y movimiento, a las dos de la tarde. En el centro de ese cuadro, Samataro, ferroviario fornido y legendario, y el hecho imprevisible: un gorrión que se posa en su cabeza, y todos que se quedan un instante quietos y en silencio, ante la modesta maravilla. Hasta que uno se ríe, y entonces todos los ferroviarios del andén se ríen, Samataro incluido. Pedro se reía después de contar ese mínimo momento de poesía, y se agarraba las manos y decía “qué increíble!”.
Aprendimos mucho de Pedro Caballero, como de muchos otros trabajadores. Ferrowhite hubiera sido algo muy distinto si no lo hubiéramos hecho. Yo, personalmente, les debo a ellos y a mis compañeros del museo, la convicción de que el gran relato de las naciones, sus luchas, sus conflictos, la soberanía, la independencia, no tiene ningún sentido si no lo entendemos como parte de una trama en la que se cruzan, día tras día, las acciones, las disputas, las vidas, los deseos y el trabajo de hombres y mujeres.
¿Cómo decirlo? Una llave inglesa es un pedazo de hierro. Pero una llave inglesa en las manos de Pedro Caballero, como en las manos de cualquier otro ferroviario, es un objeto valioso. En esa llave inglesa está el imperio inglés, el trazado urbano de Bahía Blanca con los barrios que quedan a un lado y otro de las vías, el puerto, la Junta Nacional de Granos, el ¡Ahora son nuestros!, el Banco Mundial, el General de los Estados Unidos Thomas Larkin y su plan para “racionalizar” la red ferroviaria argentina, y también está el dirigente gremial Osvaldo Ceci, y los huelguistas del 58, y Hugo Llera, arquero notable que dejó Estudiantes de la Plata para venir a Bahía a trabajar al ferrocarril, en épocas en que un futbolista no ganaba ni la mitad de lo que ganaba un ferroviario!, y la mujer de Hugo, que marchó por Avenida Alem cuando él y todos los huelguistas fueron presos, y Pietro Morelli, carpintero y guitarrista, y la madre de Pedro cocinando en Puerto Galván, y Samataro con un gorrión en la cabeza. Todo eso sabía Pedro Caballero. Por eso podía donar una llave inglesa al museo diciendo "es un objeto histórico". Porque no hay una Gran Historia y una pequeña historia, no hay una historia de notables y una historia de la "gente común". Hay historia, a secas. Y vida: cambiante, contradictoria, diversa. Todo eso es lo que tratamos de aprender de Pedro, y de tantos otros.
Yo no creo en el cielo ni en el infierno. Pero si el cielo existe, hoy, en este momento, debe estar lleno de locomotoras en marcha. Un flor de quilombo, una felicidad.


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