Héctor Herro



Un día llegó Pedro y no fue solo manos. Detrás de sus objetos se instaló la persona. Llegó como si fuera el fin de las vías de su vida, apenas con un resto de pocas ganas de seguir estando, pero algo, una pequeña luz que se hizo llama, le devolvió fragor a su caldera y la máquina, casi inmóvil, volvió a vibrar y a traccionar sus recuerdos. Se fueron volcando en listas obsesivas, en exactos datos aparentemente inconexos, en historias que iban desde los antiguos cines hasta sus compañeros fallecidos. Se llenaron cuadernos de resurrección. Vinieron sus cosas, sus herramientas, su bicicleta, sus pequeños tesoros. Vino el hombre. Mecánico de locomotoras, en principio, arcón de sorpresas en definitiva. Un día, como llegó se fue. Las vías traen y se llevan. Todavía resuena su voz cuando todos se van, se abre su latita de café, se escucha el Bolero de Ravel. Sus manos cobran vuelo.

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